«Callas, hija del destino»: Un viaje lírico a través del tiempo y la pasión

Por Tamara Amaré Monzoncillo

 El Teatro Municipal de Santiago nos ha brindado un regalo inigualable con la presentación de «Callas, hija del destino». En el marco de las celebraciones del centenario del nacimiento de María Callas, esta obra, bajo la pluma de Ximena Carrera y la dirección de Jesús Urqueta, nos sumerge en una época dorada de la lírica, y nos presenta una faceta poco conocida de la diva más grande del siglo XX.

La ambientación de los años 50 es impecable, transportándonos a una era donde la ópera y la lírica eran el epicentro del mundo artístico. Pero más allá de la estética y la música, es la relación entre María Callas y la soprano chilena Claudia Parada lo que realmente captura la esencia de la obra. Blanca Lewin, en su interpretación de Callas, nos ofrece una visión profunda y matizada de la diva, mostrando su pasión, vulnerabilidad y determinación. Por otro lado, Claudia Cabezas, en el papel de Parada, brinda una actuación conmovedora, mostrando la admiración, el respeto y, en ocasiones, la tensión que existía entre ambas artistas.

Uno de los aspectos más destacados de la interpretación de Cabezas es cómo logra equilibrar la fuerza y la vulnerabilidad de Parada. En un mundo dominado por hombres y en la sombra de una figura tan imponente como María Callas, Parada podría haber sido fácilmente relegada a un papel secundario. Sin embargo, en manos de Cabezas, se convierte en una protagonista en su propio derecho, una mujer con ambiciones, pasiones y desafíos propios. Una figura que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo.

La dirección de Jesús Urqueta se destaca por su habilidad para equilibrar la grandiosidad de la ópera con la intimidad de las relaciones humanas.Vemos cómo Callas y Parada, a pesar de sus diferencias y tensiones, compartían desafíos similares. Ambas eran mujeres en un mundo de hombres, y ambas luchaban por ser reconocidas por su talento.

El escándalo de Roma en 1958, donde Callas perdió la voz en pleno escenario, se convierte en un punto de inflexión en la obra. Más allá del drama de ese momento, la obra utiliza este incidente para explorar cómo las mujeres en el mundo del espectáculo eran, y todavía son, juzgadas con un estándar diferente.  María Callas, con su temperamento y profesionalismo, a menudo fue criticada por ser «demasiado» – demasiado apasionada, demasiado exigente, demasiado emocional. 

Ximena Carrera, con su dramaturgia, logra tejer una narrativa que, si bien se centra en dos figuras históricas, resuena con las luchas contemporáneas. En una época en la que las discusiones sobre igualdad de género están en primer plano, la obra nos recuerda que las batallas que enfrentamos hoy tienen raíces profundas. Carrera, al describir su proceso creativo, menciona que la inspiración «no proviene de las personas en sí, sino de los personajes que representan». Y es precisamente esta dualidad, entre la persona y el personaje, donde la obra encuentra su mayor fuerza.

El director también juega con la temporalidad. Aunque la obra está ambientada en los años 50, Urqueta introduce elementos que le dan una sensación atemporal. Esta fusión de épocas refuerza la idea de que, aunque la historia se sitúa en el pasado, los temas que aborda son universales y en extremo relevantes. 

Desde el inicio, es evidente que Urqueta no se contenta con simplemente contar una historia. Su enfoque directorial busca crear un espectáculo visual y emocional que se quede grabado en la mente del espectador, utilizando elementos visuales potentes.Una de las imágenes más impactantes y perturbadoras de la obra es, sin duda, el perro muerto que le arrojan a Callas. Imagen que se mantendrá presente a través de pesadillas que atormentan a la Divina. 

Jesús Urqueta utiliza estas pesadillas como un recurso narrativo para profundizar en la psique de sus personajes y ofrecer al público una experiencia más visceral y emocional. 

Las pesadillas, en la visión de Urqueta, no son solo sueños oscuros, sino manifestaciones de los miedos y traumas internos de los personajes. Estas visiones oníricas se entrelazan con la narrativa principal, creando un contrapunto que intensifica la emoción de la obra. En lugar de alejar al público con estas imágenes perturbadoras, Urqueta logra atraerlo, obligándolo a enfrentar no solo los demonios de Callas y Parada, sino también los suyos propios.

Otro aspecto destacado de la dirección de Urqueta es cómo utiliza estas pesadillas para explorar la relación entre Callas y Parada. Aunque ambas mujeres compartían un mundo y una pasión, sus pesadillas y miedos eran distintos.

«Callas, hija del destino» es más que una obra teatral; es un homenaje a dos mujeres extraordinarias que, a pesar de sus diferencias y desafíos, compartieron un amor inquebrantable por la música y el arte. Es una celebración de la pasión, el talento y la determinación que define a los verdaderos artistas. Sin duda, una experiencia que ningún amante de la lírica y el teatro debería perderse.

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