Por Tamara Amaré Monzoncillo
En las tranquilas calles de Mercedes, Uruguay, donde la vida transcurre con la cadencia de un adagio, Lucía Chilibroste se ha erigido como una visionaria, cuya pasión por el ballet ha dado vida a un movimiento cultural tan vibrante como un allegro vivace. Su nombre, sinónimo de perseverancia y amor por la danza, resuena con la promesa de un futuro donde el ballet es patrimonio de todos, no solo de unos cuantos elegidos.
La historia de Lucía no comienza con zapatillas de punta y tutús, sino con la explosiva música de Queen y la elegancia de Mozart, una combinación que encendió una chispa en su joven corazón. Esta fusión, transmitida por HBO, le mostró un universo donde el rock y la danza clásica podían coexistir, inspirándola a seguir el ballet.
Su sed de conocimiento la llevó más allá y se sumergió en la historia y la narrativa detrás de cada pieza, un estudio que complementó con su carrera en Historia. En cada pliegue del tiempo, Lucía encontró ecos de ballet, y en cada movimiento de ballet, una lección de historia.
El arribo de Julio Bocca a la dirección del Ballet Nacional del Sodre marcó un renacimiento del interés por el ballet en Uruguay, y Lucía, con ojo perspicaz y espíritu indomable, aprovechó este nuevo auge para tejer una comunidad alrededor de la danza. Sus columnas en El País Cultura y sus charlas en el teatro se convirtieron en puentes entre la élite artística y el público general, desmitificando la idea de que el ballet es un arte inaccesible.
Desde Mercedes, una localidad que dista de ser el centro neurálgico de la cultura uruguaya, Lucía ha desafiado cada obstáculo con una gracia digna de la mejor coreografía. Sus habilidades empresariales y de gestión han sido cruciales para ampliar su influencia, transformándola de historiadora y aficionada a verdadera embajadora del ballet.
Lucía nos recuerda que la educación en el arte no se limita a las aulas o escenarios, sino que también se extiende a la creación de una página web interactiva y la organización de viajes culturales. Con una agenda que incluye destinos como Buenos Aires, París y posiblemente Nueva York, ella lleva a entusiastas del ballet a sumergirse en la cultura de la danza mundial, ofreciendo experiencias que van más allá del espectáculo, llegando a ser peregrinaciones del alma.
Estos viajes, realizados en colaboración con la agencia de viajes Jamar, son un testimonio de su compromiso con la accesibilidad en el arte. Lucía entiende la soledad del aficionado al ballet en una tierra donde el fútbol es rey, y sus viajes se convierten en un santuario para los que comparten su pasión, ofreciendo no solo una entrada a los teatros más prestigiosos sino también una comunidad con la que compartir la experiencia.
La presencia de Lucía en las redes sociales ha sido revolucionaria, transformando plataformas digitales en salones de baile donde comparte fragmentos de historia y despierta interés en el arte clásico. Sus publicaciones no son meros posts; son invitaciones a dialogar, aprender y soñar con el arte de la danza.
Lucía ofrece masterclasses gratuitas como «Bailando bajo las bombas», donde relata la historia de instituciones emblemáticas como el Royal Ballet, destacando su trascendencia y resiliencia. Estas clases, accesibles a todos, demuestran su convicción de que el conocimiento debe ser compartido, no retenido.
Al hablar con Lucía, uno siente la autenticidad de su misión. Ella, que alguna vez fue una niña con un sueño imposible, se ha convertido en una fuerza que despierta sueños en los demás. A través de sus palabras, emerge una realidad donde el ballet es un idioma universal, capaz de cruzar fronteras y unir corazones.
El impacto de Lucía en la escena cultural uruguaya es inconfundible. Ella no solo ha elevado el perfil del ballet en Uruguay, sino que también ha inspirado a una nueva generación de bailarines, historiadores y, lo más importante, soñadores, que ven en ella la encarnación del mantra: nunca es tarde para perseguir una pasión.
Mirando hacia el futuro, Lucía Chilibroste continúa escribiendo su narrativa, una donde cada paso de baile es un verso y cada levantamiento un capítulo de triunfo. Su legado es un recordatorio de que el arte es un vehículo de transformación y que, con determinación y corazón, el escenario de la vida está listo para ser danzado con valor y gracia.
En la ciudad de Mercedes, y en cada rincón de Uruguay donde la música clásica se entrelaza con la vida cotidiana, el espíritu de Lucía Chilibroste baila en cada paso de quienes se atreven a soñar. Y es que, en el final de cuentas, Lucía no solo enseña ballet; ella enseña a volar con los pies en la tierra y el corazón en relevé.